El filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han nos había llamado la atención al señalar que estábamos en riesgo de perder los ritos que le otorgaban significado a nuestra vida comunitaria, aquellos que la pandemia global está atacando. El riesgo es evidente, pues los ritos no solamente nos permiten reconocernos como parte de una comunidad, sino que “transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una comunidad”. Recientemente ha insistido al señalar que “La crisis del coronavirus ha acabado totalmente con los rituales. Ni siquiera está permitido darse la mano. La distancia social destruye cualquier proximidad física. La pandemia ha dado lugar a una sociedad de la cuarentena en la que se pierde toda experiencia comunitaria” (La Semana: Byung-Chul Han).
De ser efectivo lo anterior, es decir, de estar ocurriendo la desaparición permanente de estas acciones simbólicas que representan valores y órdenes que mantienen la cohesión, estaríamos asistiendo a la desintegración de aquellas comunidades que han fundado su identidad en la fortaleza de sus ritos, especialmente aquellas que han resistido los procesos de globalización y los han levantado como distinciones culturales que han permitido la viabilidad de sus instituciones, pero que han permitido a su vez constituir una memoria comunitaria, como una estructura estable que ha salvado y mantenido la integración social, la reproducción de los referentes culturales en cada generación y la transmisión de la herencia simbólica.
La experiencia ritual no dice de manera directa y explícita lo que quiere decir, sino que construye un contexto simbólico cargado de mensajes que contrastan con la experiencia cotidiana, que pueden parecer incomprensibles e incluso absurdos a los participantes de la ceremonia, sin embargo, son cruciales para la eficacia de la conservación cultural. En efecto, el contexto social particular en el que se recrea, está cargado por un conjunto codificado de prácticas normativas y por un fuerte valor simbólico para sus actores y espectadores que lo transforma en sí mismo en un espectáculo que “pone en escena la vida social”, al decir de Levi-Strauss, y que por lo tanto, sin el rito la vida social pierde sentido, porque es en ella donde encuentran su eficacia social. Más aún, es en el ritual donde se agregan múltiples contenidos como el saber, la moral, lo sagrado, la reproducción, el cambio, el poder o la rebelión, disolviendo dicotomías e integrando creencias y actuaciones, el hacer y el decir, muchas veces una válvula de escape para la subversión y el cambio para que todo siga igual.
El rito en tanto que forma y substancia cultural posee la capacidad para responder a las exigencias simbólicas de la sociedad postmoderna, para renovarse y adaptarse permanentemente a las expectativas de aquellos que reinventan sus formas. En tiempos de complejidad e incertidumbre lo que menos quisiéramos es que se derrumbaran nuestras creencias en las que estamos, cuando vemos el derrumbe de certezas, llega el virus que amenaza con la desaparición de nuestros rituales y ya no solo no podemos darnos las manos, rozar nuestras mejillas, despedir o velar a nuestros muertos, sino que mantenemos a distancia los unos de los otros, negándonos la acción reflexiva monológica, pero que tiene un profundo significado dialógico.
Nuestra cultura chilota ritualiza muchas de las relaciones sociales, las cuales a menudo tienen lugar en un contexto, creando formas, herederas de la tradición y en las cuales el pasado transmite saberes en modalidades de forma, favoreciendo la integración de una comunidad que se reconoce en el ritual y valida la eficacia simbólica de su permanencia y perpetuación.
A propósito de esta pandemia y el rito de la velada y sepultación nuestra poeta Rosabetty Muñoz nos dice: “Necesitamos los ritos, las ceremonias repetidas una y otra vez que llenan de sentido ciertos momentos, nos ayudan en una cierta comprensión del mundo. Especialmente sanadores, nos permiten un ritmo que expresa la relación con el tiempo. En estos días de pandemia, se vuelve difuso el transcurrir y nos hacen falta los pequeños gestos de estabilidad que hagan de anclas en medio del oleaje”. Rosabetty Muñoz en Guionb: Nos hacen falta los ritos Los ritos del buen morir.
Los ritos nos otorgan seguridades y el confinamiento a que nos ha remitido el virus nos ha negado de ellas, pero también ha cambiado nuestro comportamiento remitiéndonos a una inactividad intranquila, donde cada día gana más espacio la ansiedad, el insomnio, la angustia, la pena, la depresión. Este virus nos ha escondido detrás de mascarillas negándonos el rito más básico de reconocernos, aislándonos de nuestros familiares y amigos, no nos permite mirarnos a los ojos, y nos ha negado rituales apreciados como la conversación distendida, salir a tomar un café o una cerveza con los amigos, asistir a la misa o acto religioso de los domingos o al juego de pelotas por la tarde, como también, nos ha negado la celebración de los cumpleaños, las celebraciones institucionales y cívicas, todos ritos identitarios necesarios. Estamos perdiendo la comunidad como la hemos creado, mantenido y conocido; tendremos que recrear una nueva comunidad.